Primero de todo, mis disculpas por tener algo abandonado el blog, pero llevo todo el mes con exámenes y apenas encuentro tiempo para comer... Imagino que ahora que ya han terminado, podré volver a hacerle más caso.
También que he cambiado de nombre. Ahora escribo bajo el seudónimo de Seshat, que a mi parecer viene más a cuento. Estoy empezando a preparar una entrada sobre ella, a ver si la tengo para esta semana.
Dicho esto, os dejo con mi relato de este mes de Literautas:
El Olivo
Por Seshat
Apuré el paso al
escuchar las 12 campanadas. No podía creerme que fuese a llegar
tarde...Presentía que esa noche iba a pasar algo. ¿Que por qué?
Fácil. Si durante toda tu vida, cada noche, se repite un mismo
sueño, y te levantas recordando una misma fecha... Algo pasa, ¿no?
Estoy en medio de la
plaza en una noche oscura y fría. Estoy impaciente, se que va a
pasar algo, que va a cambiar mi vida. “Todo depende de esta noche”,
susurro, tan bajo que apenas se aprecia mi voz. Miro a mi alrededor,
no hay nadie. Siento una gran tristeza, siento que no va a venir...
Siguen sonando las
campanadas. ¿por qué habré pensado en ponerme tacones? Sin
pararme, me descalzo y los llevo en las manos. El suelo está húmedo,
pero me da igual. Echo a correr como si me fuese la vida en ello.
Siguen sonando las
campanadas. Cada vez suenan más y más graves, más y más fúnebres.
Cada nota se me clava en el corazón, y me dice que no va a venir.
Miro al cielo para intentar distraerme, y busco a Orión. Siempre que
miro al cielo busco a Orión. Es una noche tan bonita... No hay luna,
solo estrellas. Me he preocupado de tirar piedras a un par de farolas
para poder disfrutar del cielo nocturno mejor.
Silencio. Acaba de sonar
el último tañido, llego tarde. Solo me falta una última calle,
nada más...
Silencio. Ya se ha
acabado todo. Me giro y escribo algo en el viejo olivo, aunque se que
nadie se fijará. Todo fueron fantasías. Me alejo despacio,
esperando que alguien me llame, pero la calle está solitaria. Me
pierdo en las sombras, de las que ya no saldré jamás.
Por fin llego a la plaza,
agotada. Miro a mi alrededor. Los cristales de las farolas están
dispersados por el suelo. En el cielo está Orión. Y en aquella
esquina, justo en donde esperaba... No hay nadie. Me acerco
temblando, se que aquí se encuentra el sentido de mis sueños. Y no
puedo evitar llorar. Ahora lo entiendo todo, los sueños, las
emociones... Ahora recuerdo todo. Porque en esa zona, en ese mismo
olivo, decidimos esperarnos, al principio de los tiempos. En el olivo
se observan unas viejas cicatrices, una frase inscrita con un
cuchillo “te espero en nuestra próxima vida”.
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