Como todos los meses, hoy traigo el relato con el que participé en el taller de Literautas. El requisito era, simplemente, que apareciese una radio encendida. Espero que os guste.
— Cariño, tenemos que hablar. No, no pongas esa cara. Esa misma, esa que pones cada vez que digo esto. Esa cara de que tu nunca has roto un plato y yo soy una neurótica. Mira, empiezo a sentirme atrapada en esta relación. Apenas salimos, pasamos todo el día encerrados en la misma habitación, compartiendo cada segundo de nuestras 24 horas.
Amelia parecía realmente enfadada. Su coqueto maquillaje resaltaba la estricta línea de sus labios, y sus ojos fulguraban bajo la sombra de sus oscuras pestañas. Es una mujer actual, joven y orgullosa, y necesita hacerse valer ante su marido.
— Empieza a hartarme la situación. Entiendo que quieras hacer cosas juntos, es algo que tenemos que hacer al ser una pareja, pero... siento que no tengo intimidad— Suspiró—. Me siento vigilada todo el rato. Sé que no es así, pero sí que me siento condicionada en qué hago, qué dejo de hacer, qué miro y qué dejo de mirar. Preguntas, preguntas, y lo entiendo, es curiosidad, pero... joder. Basta ya. Estamos en un espacio demasiado pequeño. Sí, sí, sé que no es tu culpa. Que me quieres y que quieres estar conmigo. La solución es hacer cosas nuevas. Aún somos jóvenes, no tenemos por qué encerrarnos como viejos. Por eso te traje aquí. ¿Ves qué monada de decoración? es una tetería de inspiración rococó. Hablaron de ella ayer en la radio, le hicieron un reportaje, ¿sabes? ¡fíjate, si hasta ponen manteles! Aquí viene todo el pedigrí de la ciudad, créeme.
La cafetería era un espacio muy concurrido. A Amelia le costó divisar un sitio libre, y, a pesar de la poca movilidad que le daban la falda de tubo y los tacones, consiguió correr hacia la mesa y llegar antes que nadie.
— ¡Anda, mira! Ahí viene el camarero. A mí póngame un té negro con canela, por favor. ¿Tú qué quieres, cariño? ¿cómo un café, si estamos en una tetería? ¡eres de lo que no hay, siempre dejándome en ridículo! ¡Aiiins! garzón, póngale a este mendrugo un café con leche.
Mientras el camarero servía las bebidas, se hizo un silencio incómodo en la mesa. Amelia se masajeaba las sienes.
— No entiendo qué te pasa, de verdad. ¿Cómo puedes tener tan poca clase? ¡Aún encima me vienes con eso! No, no te rías, como pidas una cerveza te mato. ¡Cómo te gusta avergonzarme! Mi madre tenía razón, me merezco mucho más. ¡Ay, si hubiese pescado un hombre rico, y con clase!...
Amelia apoyó la cabeza sobre las manos, evitando mirar al frente. Tras unos minutos, rompió el silencio:
—¿Escuchas? ¡Es nuestra canción! ¿Te acuerdas de aquella noche, en el baile del pueblo? ¡Qué jóvenes éramos! Tú me sacaste a bailar, ¡Y qué buen mozo eras!... ¡Ay pero qué zalamero! — Amelia se ocultó tímidamente la cara entre las manos — ¿Que si quiero bailar? ¿Y qué pensarán el resto, viéndonos bailar con una canción de la radio? — Dijo mientras se levantaba con elegancia de la silla.
La señora Amelia se levantó de la silla. La falda, larga y negra, rozó suavemente el suelo, dejando ver con el movimiento unos tobillos hinchados y unas piernas con varices. Pero ella no lo notaba. La gente de la mesa de al lado la miraba mientras ella, orgullosa, sonreía con una cara maltratada por la edad y una barra de labios mal puesta. Se colocó en el centro de la sala, y sus pies se movieron siguiendo el vals.
En la mesa, el enfermero recogió una taza vacía y un café frío.
Pobrecita señora Amelia, aferrada a un pasado que ni siquiera fue feliz o quien sabe si realmente existió...
ResponderEliminarSi el pasado existió o no queda al gusto del lector ;).
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