sábado, 30 de noviembre de 2013

Cuento de Brujas

Retomo el blog después de este pequeño lapso temporal... Pido disculpas por haberlo mantenido tan abandonado estos meses, pero me he trasladado de ciudad, he empezado nuevos estudios, y entre una cosa y otra en lo que menos pensé ha sido en el blog. Sé que tampoco era la reina de las actualizaciones ni mucho menos, pero...
Chorradas personales aparte: publico mi texto del taller de escritura de literautas del mes de octubre, y en unos días publicaré el de este mes, y puede que escriba algo más por aquí si me lo permiten y no me siguen cargando de lecturas y trabajos... 



Decidió visitar a la bruja esa misma noche. De una u otra forma, Alba iba a descansar esa noche. No deseaba nada más, tan solo descansar. Poder dormir una noche plácidamente, sin sobresaltos ni pesadillas. Sin revivir aquel sueño que, intuía, se repetía tan pronto cerraba los ojos. Y digo intuía porque al despertar no recordaba nada más que dos ojos que, como dos llamas, la miraban hambrientos, a punto de saltar sobre ella de un momento a otro. Y también aquel susurro que la rodeaba, como mil voces en una, o una voz de mil años:
“ No puedes escapar de tu destino”. 
La bruja podría ayudarla. Ninguna otra persona de toda la región podía darle un remedio, sea para dormir, sea para, en última instancia descansar para siempre. Poca vida quedaba en el cuerpo de Alba como para que le importunase morir. 
Salió de su casa mientras despuntaban los primeros rayos del amanecer. Miró al cielo, y sintió como si fuese la primera vez que realmente lo veía tal y como era: tan grande, tan profundo… Sus ojos fueron derechos a Venus: la primera en salir y la última en desaparecer, aquella a la que los romanos llamaban Lucifer. 
Se internó en la frondosa oscuridad de la fraga, despidiéndose del firmamento. La escarcha hacía crujir la hierba bajo sus pies mientras el viento, brusco, acariciaba las hojas de los árboles. Todo ello componía una inquietante melodía acompañada por las oraciones de Alba, que temía tener algún encontronazo indeseado con alguna alimaña o, peor aún, bandidos. 
Ya anochecía cuando escuchó el sonido del agua correr. Fue hacia él, y lo siguió hasta llegar a la pequeña cascada. Allí encontró un gran claro. Dentro del claro había una enorme piedra con extrañas inscripciones. Un poco más allá de la piedra distinguió un huerto con algunas calabazas, pimientos verdes y cebollas. Y un poco más allá del huerto un establo. El establo tenía una rudimentaria construcción de paja a su lado: era la casa de la bruja. 
Alba salió a la luz de la luna, y saludó otra vez a Venus. Pasó de largo la piedra, el huerto y el establo, fue directa a la choza. La puerta estaba abierta. El Suelo de tierra estaba plagado de huesos que se rompían allá por donde pisase. Vio una tosca mesa de madera con varias ratas muertas, colocadas en posturas obscenas. La estancia estaba “iluminada” con algunas velas de sebo dispersas, lo suficiente como para ver, pero no como para poder llamarlo iluminación. Y al fondo un montón de paja cubierto por una cochambrosa manta de lana. Alba esperó encontrar allí a la bruja. Bajo la manta descansaba una silueta humana, podía ver cómo se movía su pecho. 
Escuchaba a esa figura respirar de forma entrecortada según se acercaba. 
Notaba ya su olor, a estiércol y carne putrefacta. Se encontraba a los pies de su lecho. 
Escuchó su corazón latir tan claro como si se encontrase dentro de su propio pecho. Se inclinó sobre el cuerpo de la bruja para despertarla, y le arrancó la manta. 
No había nadie. Se dio la vuelta desconcertada, y vio un gato negro sobre la mesa, que dijo: 
“No puedes escapar de tu destino”. 
Alba perdió el sentido, y se encontró corriendo por la fraga adelante, sin un rumbo fijo. Tan solo quería huir. La situación le resultaba familiar… 
Escuchó el sonido del agua, y lo siguió. Pero no la encontraba, la oscuridad era tan densa que casi se podía tocar. Y voces milenarias retumbaron. Eran las voces de los árboles y de las plantas, la voz de la tierra. Todas convertidas en una sola. Le dijo: 
“No puedes escapar de tu destino”. 
Fuese a donde fuese, esa frase seguía ahí. Y ese olor… A estiércol y carne putrefacta. Cada vez se hacía más intenso. De pronto apareció: una luz. Una luz en la oscuridad, una esperanza a la que aferrarse. Corrió hacia ella, pero no llegaba. Sus piernas ya no eran capaces de continuar, llevaba sin alimentarse más de un día. Y la luz se movió hacia ella, y a su lado apareció otra luz. Alba se dejó caer en el suelo, rindiéndose por fin a su destino. Ahora le daba igual morir, lo único que la mantenía viva era la curiosidad. Curiosidad por aquellos dos ojos como dos llamas que la atormentaron tanto tiempo. Ya estaban tan cerca… Y el último aliento de Alba se perdió convertido en un grito de terror.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No olvides comentar!