Hola :) disculpad que haya dividido el relato en varias partes, pero me ha quedado escesivamente largo como para publicarla a una en el blog. Mañana la tercera parte. Si no has leído la primera, puedes leerla aquí:
Tras llegar a la isla y
descansar, los tres hombres sanos decidieron que lo mejor sería
explorar la isla en busca de civilización, si la hubiese, o al menos
de alimento. Mientras decidían quién se quedaba junto con los
enfermos, una sombra se movió tras ellos, que se encontraban tan
absortos en su felicidad que no la advirtieron. Una segunda sombra se
posicionó a su derecha, y una tercera a su izquierda. Cada vez
llegaban más y más. Cuando las advirtieron, ya era tarde: un grupo
de mujeres desnudas, adornadas con aros de oro alrededor del cuello,
las muñecas y los tobillos, los miraban con curiosidad. Gentilmente
condujeron a la tripulación del Alianza a la aldea, donde les
agasajaron con alimentos. Una gran variedad de frutas y pescados
poblaban la mesa, así como aves asadas. Mientras ellos comían,
ellas los analizaban con la mirada. Esa noche, bajo una luna
creciente, disfrutaron por primera vez en mucho tiempo de la música,
bromeando y hablando entre ellos como si el día anterior fuese un
recuerdo ya lejano. Las mujeres disfrutaban de ellos, con una mezcla
entre curiosidad y pícara vergüenza, como si nunca hubiesen tenido
contacto con ninguno de ellos. Una de ellas sonrió a Salvador en la
distancia. Era sin duda la mujer más hermosa de la tribu: con unos
largos rizos oscuros, una piel dorada y unos enormes ojos
centelleantes. A Salvador le recordó a las mujeres de su tierra.
Los días pasaban, y los
hombres recuperaban las fuerzas de una forma casi milagrosa. Vivían
en el paraíso, rodeados de bellas mujeres y sin necesidad de
trabajar más allá de participar en los juegos populares, en los que
tomaban siempre las posiciones de honor. Tan sólo una pequeña
sombra ennegrecía la idílica perspectiva de permanecer en esa
aldea: “¿Cómo es que sólo hay mujeres jóvenes?” Repetía
Francisco cada vez que alguien se dignaba a escucharle. Tras
recuperarse de la enfermedad se levantaba con el sol, tomaba rumbo
hacia el horizonte, y no volvía hasta que todos estaban ya
durmiendo.
Ese día, Francisco
reunió al resto de hombres en la playa, pidiéndoles insistentemente
que apareciesen solos. Una vez juntos, caminó hacia el oeste, donde
se alzaba un acantilado de rocas afiladas. Llegados allí, se dio la
vuelta y dijo:
— Os voy a mostrar lo
que me ha tenido ocupado estos días. — Se dirigió a una gran
roca, de la que asomó la proa de una rudimentaria barca.
Los otros cuatro lo
miraron, sorprendidos. Por fin, Juan rompió el silencio:
— ¿De verdad piensas
volver a tu casa en... eso? ¿Por qué no permaneces aquí y
disfrutas del paraíso que se nos ha otorgado?
— No considero que sea
un paraíso — Argumentó Francisco —. Al contrario, nadie regala
tanta amabilidad. ¿Os habéis fijado que esas mujeres nunca
trabajan? ¿Dónde consiguen la comida? ¿Dónde tienen a sus
ancianos, sus niños, a sus hombres?.
— Kaia me dijo que sus
hombres se encuentran en otra isla no muy lejos de aquí.— Dijo
Salvador.
— Más a mi favor, ¿por
qué nos mantienen con ellas? ¿Qué planes tienen para nosotros?
Quedaos si queréis, yo me niego a descubrirlo. He reunido
provisiones para algunos meses, con un poco de suerte encontramos
algún barco que nos recoja, o algo más parecido a la civilización.
Si alguien quiere acompañarme, es bienvenido. Si no, os pediría en
favor al tiempo que hemos pasado juntos y la amistad que nos une, que
me ayudéis a desplazar la nave hasta el mar.
Una hora después el
barco de Francisco estaba dispuesto a partir en la dirección en la
que sale el sol. Miró y abrazó a sus amigos, y les pidió un último
favor: que no dijesen nada de su marcha hasta el amanecer del día
siguiente.
Juan, Alberto y Salvador
permanecieron sentados en la orilla del mar hasta que desapareció la
nave de Francisco, casi al anochecer.
Llegaron al poblado a la
hora de cenar. En el cielo brillaba una enorme luna llena, tan cerca
de la tierra que casi parecía caer sobre ella.
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