jueves, 29 de enero de 2015

Paraíso


Cuando Salvador divisó la costa se sintió la persona más afortunada del mundo.
– ¡Gaviotas! – Exclamó, bajando de lo que quedaba del mástil al que se había encaramado sin ya ninguna esperanza. Abrazó a sus compañeros: estaban salvados.

No pensaron que fuesen a sobrevivir a aquella semana. Semanas atrás, una fatal noche de luna llena, el cielo se nubló de tal forma que parecía brujería. En cuestión de minutos un mar tranquilo se tornó en una trampa mortal: olas casi kilométricas, vientos aullantes y lluvia que caía con la fuerza de mil cuchillos los sorprendieron con la guardia baja, por lo que el desastre fue inminente. La tormenta fue la más fiera que había visto el capitán, y no es que su capitán pecase de exagerado; así que esa afirmación los hizo ponerse alerta. El barco volaba sobre las olas, parecía que no iba a resistir. A pesar de su robustez, la bravura del mar era tal que hasta se habrían sentido más seguros en un barco de papel... Y cayó un rallo. El cielo se iluminó sublimemente y un rallo se abalanzó sobre el mástil, partiéndolo en dos. El mástil se movió en el aire desplomándose sobre el barco, abriendo un boquete en la cubierta. El agua caía a raudales, las olas la inundaban... era cuestión de tiempo que la bodega se anegase y se fuese todo a pique. Un valeroso hombre, el contramaestre, consciente del riesgo, exhaló su último aliento en su reparación. El capitán consiguió volver, con las manos sangrando y las muñecas hinchadas, temblando de frío. Murió unos días después de hipotermia, no se pudo hacer nada. Cuando terminó la tormenta toda la tripulación hizo inventario de daños, comprobando con desesperación que las velas habían perdido su combate contra el viento, perdiéndose en el mar unas, y rasgándose en mil jirones el resto. Su única esperanza era navegar a la deriva, rezando por la salvación.
De esta manera la tripulación del Alianza se dispuso a pasar los siguientes meses. Se racionaron la comida y el agua. Por suerte o por desgracia, muchos murieron durante las primeras semanas, por enfermedad unos, acabando así con su sufrimiento y, al menos, con el estómago lleno; y por motines otros, durante el tiempo en el que los marineros tenían el suficiente fuego en sus almas como para alzarse en contra de nadie. Estos últimos al menos murieron rápido, ahorrándose la espera a un destino cada día más negro.
Algunos hombres intentaron crear un ambiente de falso optimismo, cosa que tampoco duró más allá de los dos primeros meses. Con el paso de las semanas, cada vez las raciones eran más estrictas, por lo que al cuarto mes la tripulación era apenas un tercio de los que fueron al zarpar del puerto.
El día que se salvó la tripulación del Alianza se contaban apenas cinco personas, dos de ellas enfermas de escorbuto. Ya no tenían más agua que la de la lluvia, y la comida consistía en aquello que podían pescar.
Salvador iba todos los días a sentarse al mástil, buscando una ínfima esperanza, que, por pequeña que fuese, les permitiese escapar del fatal destino que se cernía sobre ellos. Así pasaba todos los días, sentado en soledad, meditando para no pensar en sus desgracias.
Aquella mañana le pareció ver una sombra sobre el mar, y cuando levantó la vista la vio: una gaviota (señal inequívoca de que la tierra está cerca) volando hacia el norte. Y luego otra un poco más a su izquierda, y otra más... Las escuchó embelesado, para él eran casi coros celestiales. Dios los había salvado, al igual que salvó a Noé.

Una hora después pudieron divisar la isla. Por suerte el barco pasaba lo suficientemente cerca como para ir a nado. En unas horas estarían salvados. Aprovecharon ese tiempo para crear una pequeña plataforma en la que transportar a los enfermos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

¡No olvides comentar!