Tercera y última parte de Paraíso. Si te has perdido las dos primeras partes:
Llegaron al poblado a la
hora de cenar. En el cielo brillaba una enorme luna llena, tan cerca
de la tierra que casi parecía caer sobre ella. La música y las
hogueras dieron a entender a los cuatro marineros que esa noche iba a
celebrarse un ritual importante.
Tras una copiosa cena,
una de las mujeres se levantó, y entonó con la garganta un sonido
monótono: una simple nota musical, que comenzó en un susurro, pero
que un minuto más tarde era ya un grito. La mujer no parecía que
fuese a quedarse sin aire, y siguió, durante lo que Salvador
consideró una eternidad. Empezaba a sentirse incómodo en la mesa,
el sonido le parecía irritante. La mujer bailaba girando sobre sí
misma, cada vez más rápido, mientras emitía ese sonido que en este
momento ya no sonaba humano. El sonido paró en seco en el momento en
el que la mujer se desplomó en el suelo. Nadie se molestó por ella,
y comenzó la fiesta con el rítmico sonido de los tambores. Unas
mujeres bailaban y saltaban las hogueras, y otras se acercaban a los
hombres de una forma en la que nunca se habían acercado antes. Por
fin, tras todo ese tiempo, se dejaron tocar por ellos. Provocaban, se
besaban, se acariciaban entre ellas. Pronto, la fiesta se convirtió
en una bacanal.
Esa noche, en medio del
mar, un barco rescataba a un hombre que se había aventurado,
valientemente, en un pequeño bote. El capitán del barco sintió
curiosidad por él:
— ¿Qué hace un hombre
subido sobre cuatro palos perdido en medio del mar?— Le preguntó.
Francisco le contó la
triste historia del naufragio, de cómo perdió a todos sus
compañeros, y cómo los últimos que lo acompañaban decidieron
quedar en una isla poblada por mujeres. Según iba contando su
historia se ensombrecía la mirada del viejo capitán.
— No son mujeres —
interrumpió — sino brujas. Se disfrazan bajo la apariencia de
jóvenes y hermosas mujeres, pero ni siquiera son humanas. Se dice,
entre la gente que navega estos mares, que son unas criaturas mitad
mujer mitad pez, aunque rara vez revelan su piel escamada ante los
humanos. Los atraen y los engatusan con sus cuerpos y su
hospitalidad, aunque lo único que buscan de ellos es su semilla. En
el momento en el que la consiguen, esos hombres ya son inútiles para
ellas, por lo que se deshacen de ellos con la misma facilidad con la
que los alimentaron anteriormente. Se cuenta también que los
sacrifican a su diosa, un monstruo que vive en las profundidades del
mar, a la que ellas llaman “madre”. Esta madre, que es la bruja
mayor, se encarga de provocar las tormentas sobre los barcos,
haciéndolos naufragar y atrayéndolos con las corrientes a la isla
con el fin de que sirvan a los vientres de sus hijas.
En la isla, los hombres
se entregaban a todas las mujeres. Cada vez que se sentían cansados,
ellas les ofrecían su ambrosía, una droga especial y vigorizante
que les permitía satisfacerlas. Bailaban tanto en vertical como en
horizontal, no había ningún tipo de pudor ni de coherencia en sus
actos: la droga había anulado toda la racionalidad humana de sus
mentes para dejar paso a sus instintos más básicos.
En el momento en el que
la luna se encontraba en su punto álgido, en el que más brillaba,
grande y blanca, su luz se reflejó en la piel desnuda de la mujer
que tenía sobre él. Ya no era una piel suave de porcelana sino
viscosa y escamosa. Su color dejó paso a un gris blanquecino, el
color de la muerte. Se revolvió asustado, y ella lo miró. En sus
ojoso había desaparecido el iris, viéndose únicamente sobre su
superficie una pupila alargada. Este ser le besó, pasando su lengua
por su pecho, mientras que Salvador intentaba revolverse y escapar.
Por los gritos de sus compañeros, supuso que estaban en su misma
situación. Se acordó de Francisco, de su ofrecimiento de esa
mañana, y se arrepintió de no haberse ni planteado el escapar con
él. El hechizo había finalizado, y Salvador pudo comprender las
dudas que había manifestado su amigo durante los días anteriores.
¿Cómo pudo haber sido tan idiota?
Los se silenciaron de
pronto. Su ritmo, que antes podía acompasar los movimientos coitales
de los hombres, ahora era frenético, rápido, expectante. Las
mujeres se apartaron de ellos y un ser, medio mujer medio serpiente,
con branquias y aletas, sin un solo pelo en la cabeza, y con los
mismos ojos inhumanos que había advertido Salvador antes en su
compañera, se acercaba lentamente, reptando entre los árboles.
Dentro del barco,
mientras el capitán despedía a Francisco de su camarote tras
contarle las leyendas locales, un sonido les hizo estremecerse.
El viento arrastraba el
eco de un grito lejano...
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