domingo, 3 de mayo de 2015

Andias



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Noelia no está en su habitación. Los señores Gutierrez tardaron varios segundos en procesar que su hija no estuviese en casa y, casi más por trámite que por mera preocupación, llamaron a la policía para denunciar la desaparición de su hija. Transcurrido un tiempo prudencial, hicieron el funeral de rigor y siguieron con sus vidas, felices de no tener cargas.

No es difícil entenderlos: Noelia sólo les daba decepciones. Ella era la pequeña, por casi 2 minutos. Manuel, su gemelo, siempre fue lo contrario a ella: un niño abierto, espabilado, cariñoso, egocéntrico y egoísta: el típico niño destinado a ser el preferido de los padres. Noelia siempre vivió a su sombra, siempre era "la hermana de", o "la otra". Manuel era demasiado egoísta del cariño paterno, por lo que, al igual que dos árboles demasiado juntos, él se atiborró con todo y la dejó a ella suplicante y agonizante. En el colegio, Manuel siempre se ganaba a los profesores, lo que hacía que lo aprobasen hiciera lo que hiciera. Noelia, por el contrario, era de esas niñas de las que los profesores nunca recuerdan el nombre, nunca dejó huella en nadie, y nadie se interesó nunca por ella para nada bueno. Todo eso hizo que Noelia viviese más en sus ensoñaciones que en la vida real. Era de esas niñas que adoraban el momento de ir a dormir, porque ahí podían abrirse al mundo. En su cabeza, en sus pensamientos, era feliz, sintiendo la aprobación de sus amigos imaginarios.

Noelia no tenía amigos en el colegio, pasaba los recreos escondida en el baño para que no le quitasen el bocadillo. Por desgracia, las niñas de su clase la encontraron, y tildándola de egoísta, le dieron una ducha no muy agradable. Su siguiente refugio fue la biblioteca. Como la bibliotecaria siempre estaba vigilando, las niñas no podían hacerle nada, y Noelia estaba al fin a salvo. Todos los días, en el momento en el que sonaba la campana para ir al recreo, ella corría más que nadie hasta refugiarse entre los libros. No es de extrañar que se acabase dando a la lectura, al principio más por curiosidad, y luego por avidez de historias. Descubrió que esos mundos que tenía en su cabeza tomaban forma en los libros, y aprendió a amarlos.

Noelia cada vez desarrollaba aficiones más solitarias: ver películas, leer libros, pintar, escribir... no salía de casa excepto cuando la obligaban. Sus padres no podían evitar hacer comparaciones, al contrario, basaban en ello todo su sistema educativo. Y ese día no fue una excepción. Pensaban que así Noelia podría parecerse más a Manuel, el hijo perfecto que, ironías de la vida, justo en ese momento estaba bebiendo su primer cubata en el parque.

Noelia tenía un universo entero en su cabeza. Todas las noches se adentraba en él, un mundo parecido al nuestro situado en un sistema de una galaxia cercana, oculto bajo un escudo que refleja
completamente la luz para resultar imperceptible a los humanos del planeta B, esto es, la Tierra. Este planeta hermano tenía unas diferencias considerables con el nuestro: la gravedad era un poco menor, por lo que te cansabas menos, el cielo era de color beige, y estaba coronado por una estrella roja como un rubí. La hierba, los árboles y las plantas eran de un tono azul profundo, y abundaba el cristal, por lo que los humanos de ese planeta habían aprendido a utilizarlo en sus construcciones, creando edificios con él que alcanzaban su mayor belleza al atardecer. Una noche, en ese mundo paralelo, se enamoró. Su nombre era Andias, como un poeta de la antigüedad. Andias la conquistó poco a poco, colándose en su casa de forma casi imperceptible: por medio de la radio. Cada noche, en el momento en el que Noelia encendía la radio en sueños, durante unos segundos sonaban unos pitidos en algo parecido a morse.

Andias estuvo tres días enviando el mensaje hasta que Noelia se percató. Al despertar, Noelia se acordaba complentamente del mensaje, y pasó todo el día pensando en cómo responderle. Obviamente era para ella: era su sueño. Decidió que, esa noche, iba a comprar un transmisor de radio para, en su misma frecuencia, responderle.

Poco a poco, los mensajes eran más largos. Se iban conociendo cada vez más, y un día se vieron en persona. Ya estaban enamorados, y en el momento en el que se vieron, lo único que hicieron fue abrazarse: cualquier palabra sobraba en ese momento.

Ese semestre Noelia suspendió todas las asignaturas, y en Febrero ya ni se presentó a las clases. Pasaba los días pensando en el momento de volver a dormir, para volver a encontrarse con Andias. A él no le parecía bien que ella no hiciese caso de sus responsabilidades, y tuvieron su primera discusión.

Noelia se pasaba todo el día encerrada en su habitación: sólo realizaba una comida al día en el momento en el que sus padres ya se habían acostado. Su hermano ya no vivía con ellos: estaba "estudiando" en Madrid.

Una tarde lluviosa de abril, Noelia salió de su habitación, atravesó el pasillo ante la asombrada mirada de sus padres y se fue. Volvió dos horas después, con una radio y un transmisor. Después de ello, y sin mediar palabra con nadie, se volvió a encerrar en su cuarto. Así comenzó su búsqueda de Andias en la vida real.

Pasaban los años. Manuel ya tenía trabajo e hijos. Noelia seguía encerrada en su cuarto, en pijama, buscando incansablemente su lugar. Se pasaba el día enviando aquel mensaje de sus sueños una y otra vez, en distintas frecuencias, esperando la respuesta correcta. Y todos los días, una y otra vez, como respuesta sólo recibía silencio.

Sus padres hacían ante sus vecinos como si no pasase nada: que tenía un negocio por Internet, que si le iba muy bien... No sabían qué sería de ellos en el momento en el que explotase la mentira. Intentaban hablar con Noelia, pero ella no respondía. Le gritaban, lloraban, o a veces suplicaban. Necesitaban que se buscase un objetivo en la vida. 

Habían pasado ya 10 años. Noelia seguía intentándolo, sin esperanza, pero con miedo de que, si abandonaba, no tendría nada en la vida. Y de pronto, su radio captó una señal.

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